Historias de
chicas que no quieren ser común
De la A a la Z, un recorrido por el
accidentado modo de ser mujer
Patrañas. Mentiras. Ilusiones. Fantasía. Todo eso y más hemos ingerido por los ojos, los oídos y el corazón, todas y cada una de las pequeñas doncellas del lado occidental del mundo. No es mi intención tirar al cesto todos aquellos años de ficción y magia de la niñez, los cuales sobreviven entre algodones en alguno de los cajones de recuerdo de mi memoria, ni tampoco convertirme en una de esas titánicas mujeres feministas que quieren entablar una pulseada de ética sociológica con la corporación Disney por instalar a través de sus grandes éxitos animados tal o cual prototipo de género. No. Esta reseña escapa de cualquier intento autodestructivo así como de cualquier pretensión académica o de reivindicación. Simplemente es una confesión, esas que las mujeres pueden solo hacer a sus amigas amiguísimas, cuando estos seres multifacéticos, soberbios, equilibrados, perfectos y acabados que queremos ser las mujeres, bajamos la retaguardia, mandamos al diablo la coquetería, asumimos los defectos y le contamos a nuestra fidelisísima compañera de vida, lo que todas sentimos pero nos cuesta aceptar: la vida de las princesas de los cuentos solo existen en las hojas de los libros. Y ni que decir el príncipe azul.
Por
más que querramos erradicar esa certeza usando alguna pluma exótica en la cabeza en algún evento o haciendo
todo el esfuerzo para vestirse y sentirse una socialité, esa sensación de
ninguneada que nos ataca insondablemente en algunos más que frecuentes momentos
de la vida, nos lleva irremediablemente a reconocer lo indeseado. Que lindo
recordar cuando todavía nos creíamos el verso, cuando nos alegrábamos de
escuchar las dulces palabras de
papá cuando nos repetía que éramos su princesa, aún cuando a los seis años
gozábamos de una salud exageradamente rebozante, nos faltaban los dos dientes frontales superiores, nos habíamos
cortado solas el flequillo con la
tijera de pollo la noche anterior
y nuestra actividad preferida en los tiempos de ocio era comerse los
mocos mientras veíamos nuestra tira favorita por la TV.