martes, 26 de mayo de 2015

Bolsos, bolsazos, bolsitas y otros bultos (I - Primera parte)


La mujer y sus misterios: ¿qué tanto llevamos en nuestra cartera?

Como bien lo explica la psicóloga chilena Pilar Sordo en su libro “Viva la Diferencia (y el complemento también”[1], estoy convencida que “No es cierto que hombres y mujeres seamos iguales; la verdad es que somos absolutamente distintos (…)igualdad no es lo mismo que equidad. Tenemos derechos que nos igualan y, por lo mismo, debiéramos acceder a las mismas oportunidades; pero esto, reitero, no quiere decir que seamos iguales ni psicológica ni socialmente hablando. Cada uno aporta a la sociedad y al mundo afectivo que lo rodea cosas distintas y cosas igualmente importantes y necesarias para la construcción de una familia, una identidad y una sociedad armónica. ”[2].

Resumiendo esas originalidades y diferencias a grandes rasgos, Sordo explica que “pareciera ser que dentro de lo masculino es natural la liberació́n y la capacidad de desprenderse y soltar los procesos; de hecho, un hombre no puede generar vida si sus espermios no salen de él, por lo tanto, necesariamente debe soltarlos. Por otra parte, una mujer no puede generar vida si no tiene la capacidad de retener a un bebé dentro de sí́ misma. Sin embargo, estas dos funciones al parecer tan estrictamente biológicas pueden traslaparse y extrapolarse hacia ámbitos que van aún más allá de la biología misma”.[3]

En ese sentido, la psicóloga nos explica que las mujeres tenemos esta tendencia física, psicológica, espiritual y afectiva de retener. Retenemos más líquido en nuestro cuerpo que los hombres (dando origen a la tan odiada celulitis), la constipación femenina es 80% mas frecuente que en los hombres, guardamos cada pedacito de comida que sobra en la heladera, almacenamos bolsas, envoltorios y un montón de cosas que ya no sirven, archivamos ropa de hace veinte años en nuestro placard por las “dudas” se vuelva a usar, como si nuestro cuerpo fuera a entrarle algo de veinte años antes,  y aunque nos vayamos a la nieve de viaje, por las dudas también llevamos la bikini. Tendemos a coartar la libertad de nuestros hijos y parejas con esto de “retener”, a la vez que solemos quedarnos pegadas a nuestros problemas y nos enredamos en ello.

Esta capacidad de retención es contraria a la capacidad para soltar con que cuentan los hombres naturalmente: dejan ir aquello que ya no es suyo, no se suelen quedar lamentando lo pasado ni le dan tanta vuelta a lo que no pudo ser, no acopian ropa ni bienes innecesariamente, entre otras actitudes relativas al desprendimiento. “El soltar(…) estaría relacionado con dar vuelta la página rápidamente, y, con no dejar de pensar o aproblemarse por lo que no se puede solucionar en el momento, con el cerrar etapas de vida y comenzar otras en corto tiempo, con sólo pensar en los objetivos.”[4][5]

lunes, 18 de mayo de 2015

Acto reflejo … la obsesión de mirarnos (III - Última parte capítulo A)

El espejo de oro


Cuando llegaron los primeros colonos españoles a América, dicen las crónicas de lo conquistadores que los aborígenes locales cambiaban en trueque su oro por espejitos que traían los europeos entre sus pertenencias. Fuera de la brutal desigualdad en el valor de ambos bienes en intercambio, creo que los indios (en especial las mujeres con su coquetería natural), pudieron justipreciar la nueva prestación que esta lámina reflectora les ofrecía. ¿Cuánto pagarías hoy por un espejo si de repente se convirtiera en un bien escaso? Yo no dudaría un instante en juntar lo poco de metales valiosos que guardo en mi alhajero si eso demandara el vendedor.

Contar con el aval crítico de un espejo imparcial es esencial en la vida de cualquier mujer. ¿Estamos al tanto de cuántas veces al día recurrimos a su consejo? Hoy me puse a contarlo y fueron veinte las veces que lo consulté. Me animo a afirmar que todas ustedes andarán por el mismo promedio. Hagan el ejercicio en un día de sus vidas normal y saquen la cuenta: a él acudimos cuando nos levantamos, al lavarnos los dientes, al ponernos el protector solar (si, yo al menos me pasé del bando de las por siempre bronceadas a las que salen a la calle con protector 50 en invierno, pero a mi piel y a mi nos está yendo mejor), al maquillarnos, peinarnos… al probarnos lo que vamos a poner, al salir y entrar del baño, para comprobar nuestro alineamiento de vez en cuando, etc. La mayoría de las veces, el espejo funciona como catalizador para hacernos mostrar a la sociedad lo mejor de nosotros y no andar haciendo papelones por la ciudad.

Sin embargo, hay épocas en que el vertiginoso ritmo de la rutina hace que olvidemos de sus servicios y pasemos varias horas (y aún varios días) sin su socorro, y basta un descuido para que acontezcan sucesos catastróficos como los que les voy a relatar:

-“El verde”:

En la alimentación nuestra de cada día hay partículas y restos de alimentos que se depositan fácil, cómoda pero decididamente entre las cavidades dentales, por eso una higiene bucal constante es un “must” que respetar a rajatabla. No obstante, aunque una pueda hacer un chequeo exhaustivo de su dentadura, la vida sorprende y en la historia personal de cualquiera es raro que falte la vez en la que descubrís que nunca van a llamarte de ese trabajo nuevo para el que te entrevistaron, porque se te atoró media tostada entre los dos frontales superiores. O peor aún, cuando te levantás al baño en la cena por los diez años de egresadas de tu curso y entendés porque reían desaforadas las ex tres ñoñas inseparables del curso, cuando te ves una plantación mutante de brócoli en el colmillo inferior derecho. ¿Por qué nadie nos avisó?

lunes, 11 de mayo de 2015

Acto reflejo … la obsesión de mirarnos (II)



La conspiración del espejo del shopping

Según Wikipedia, una teoría conspirativa consiste en la explicación de un evento o cadena de eventos ya sucedidos o todavía por suceder (comúnmente políticos, sociales, populares o históricos) a partir de la ocultación de sus verdaderas causas al conocimiento público o a un complot secreto, a menudo engañoso, por parte de un grupo de personas u organizaciones poderosas e influyentes que permanecen en la sombra.
Aún las más omnipotentes personalidades políticas de nuestra historia o los más imbatibles imperios han caído de cabeza por distintas conspiraciones: basta nombrar el dudoso asesinato de Napoleón y el de John F. Kennedy; asimismo, se han denunciado distintas situaciones que se mantendrían escondidas al resto de la sociedad, como la vergüenza del oro nazi y el ocultamiento del extraterrestre de Roosevelt y otras que se montarían de manera artificial, como por ejemplo muchos dicen, la falsa llegada a la luna, y, el más recientemente ataque a las torres gemelas, que muchos teóricos y otros arriesgados ya han denunciado como un complot. Otras conspiraciones se suceden silenciosa y sistemáticamente movilizando, con su sutil pero precisa maquinaria, voluntades y actitudes en masa hacia sus mezquinos objetivos. Nuestras decisiones son manipuladas y, sin saberlo, nos encontramos asistiendo desde afuera al show de nuestra propia vida que otros digitan.

Dicho esto, procedo a denunciar formalmente una de las conspiraciones más burdas y totalitarias de nuestra posmodernidad: la complicidad entre el espejo del shopping y el negociante, en desmedro del comprador. La imputación no se limita a las grandes marcas, famosas por contar con sofisticados espejos con photoshop incluido; hasta el local más despojado,  aún haciendo uso de la simple técnica milenaria de inclinar el espejo levemente hacia atrás, engañará la autoestima de la mujer, se verá fantástica en un atuendo mediocre y el empresario logrará su cometido: realizar la venta.

El espejo del shopping (al que así llamamos genéricamente aunque hagamos referencia a una gran tienda o un pequeño negocio) es traicionero: nos devuelve nuestra mejor imagen y siempre nos muestra divinas.  A ese engaño se suma el de la vendedora, por lo general anoréxica, a la cual le ordenaron decir “te queda divino flaqui”, a cada cosa que alguna clienta se le ocurre probar”. Por favor, ¿acaso creen que todavía les creemos cuando adulan melosamente el resultado de cualquiera de sus trapos en nuestros cuerpos? ¿Creen que creemos la repetidísima y mentirosa frase “yo me saqué dos”? ¿O la apocalíptica sentencia de “quedó este sólo, todos los demás volaron”? Bajo esta asociación ilícita entre espejo y vendedora, se filtran en nuestro placard numerosas prendas que, una vez que son interpeladas por el espejo inquisidor de casa, reposan eternamente esperando pasar a mejor vida o conforman esa eterna e inútil selección de prendas para usar “cuando tenga unos kilitos menos”.

lunes, 4 de mayo de 2015

Acto reflejo … la obsesión de mirarnos (I)


Historias de chicas que no quieren ser común, de la A a la Z saltando por todo el universo del ser mujer. 

A (primera entrega)

Espejito espejito
Desde pequeñas y por generaciones, el cuento de Blancanieves, la hermosa y despreocupada niña de piel de porcelana, pelo negro como el ébano y labios carmín, ha marcado nuestra cosmovisión del ser y el deber femenino. El convertirnos en la doncella que despertaba por el beso del irresistible príncipe azul era una fantasía más que recurrente en nuestra infancia y un poco más allá, aún cuando comenzaba a molestarnos el estúpido estoicismo con que el padre de Blancanieves aguantaba los berrinches y jugarretas de su nueva esposa. Todos conocemos como siguió la historia: harta de tan perfecta e hiriente apariencia, la madrastra manda a matar a la doncella. Ésta logra conmover con su pureza al verdugo y se pierde en el bosque, donde permanece a salvo conviviendo con los 7 enanitos. Su vida se limita a entonar su voz en unísono con las aves del bosque mientras hace algunos quehaceres hogareños, hasta que el espejo alcahuete advierte a su ama que la joven sigue viva y con intacto encanto. Tras varios intentos frustrados, la envidiosa mujer da muerte a la fresca criatura convidándole una manzana envenenada, que ella le entrega vestida de anciana. Finalmente, irrumpe en la escena el príncipe, que la encuentra en una caja de cristal. Con un beso apasionado, la devuelve a la vida, le jura amor eterno y propone casamiento. Así, comieron perdices y vivieron felices por el resto de la eternidad, mientras la adulta señora hierve en envidia por los siglos de los siglos.
Todas nos sentimos Blancanieves en algún momento. ¿Acaso no queríamos imitar su frágil y espontánea belleza y vestir su legendario traje azul? ¿Y qué decir de la divertida y envidiada compañía de los simpáticos 7 enanitos? A esa edad, sin trabas ni prejuicios en nuestra autoestima, era tan natural para nuestra imaginación ponernos en la piel de la blanca y virgen doncella que derrochaba luz y beldad sin esfuerzo. Mientras, la antagonista, la esposa del rey, aquella coquetísima pero madura mujer que sumergía su piel en eternos baños de leche y frutas frescas para detener el inevitable paso del tiempo, representaba la frivolidad, la maldad, y todo aquello que nunca querríamos ser.
Hoy, este relato toma otra significación a la luz de nuestra nueva realidad. De a poco, como género femenino, comenzamos a revalorizar y reivindicar el compromiso de la reina con la belleza y la juventud. Imagínense por un instante una mañana en el castillo: la reina baja al comedor para desayunar té verde con pepinos hervidos, después de haber salido a correr, de haberse embardunado en crema humectante corporal, en gel anticelulítico, en loción revitalizadora para rostro, en concentrado de relleno para las patas de gallo y de haberse maquillado para esconder las manchas de sol,  todo previo a una exfolación desincrutante para los puntos negros (porque encima, en algunas de nosotras la maldición del acné suele inoportunamente colindar con la condena tardía de las arrugas). Y eso que todavía  no se puso en las largas tareas de administración del castillo. Al llegar, se topa con la hija de su marido junto a 3 amiguitas que parecen haber sido sacadas del catálogo de Victoria Secret, embuchando sin culpa facturas con dulce de leche y luciendo micro pijamas talla XS que dejan ver pieles de la frescura de un melón. En el reino recién está saliendo el sol y a la reina todavía le queda lidiar con la rutina de ejercicios para levantar cola y endurecer el abdomen, con el teñido de sus canas, con la depilación de la extraña barbilla que comenzó a salirle esporádicamente en el bozo, con la sesión 1257 de masajes de drenaje linfático (tratamiento que renueva casi automáticamente hace 7 años con la falsa esperanza de que compra un pack de 8 sesiones mas y alcanza el resultado esperado), entre otras obligaciones, mientras que las imbéciles de las adolescentes, comandadas por su hijastra, boludean por los jardines del castillo, jugando con los siervos y hablándole a los pájaros, mientras que naturalmente se les fortalece el cabello y se les hidrata la piel. Encima, llega al cuarto y el espejo botón le acusa que Blancanieves sigue siendo la mujer más linda del reino. ¿Acaso no tenía la reina un poco de razón en querer hacerla desaparecer del cosmos?