miércoles, 28 de junio de 2017

INVIERNO, esa bendita estación (Entrega II de II)


Primeros signos del hastío invernal

Cuando por el frío que hace, ya no te acordás la última vez que te viste en otra cosa que en ese tapadito negro y las calzas térmicas de polar negras eternas, andás con los labios y cara paspada al mejor estilo superviviente de la tragedia de los Andes, engordaste calculás que más de 5 kilos porque ya el jean acusador no te entra hace rato, las poleras que te pones debajo de todo ya te quedan cortas y te empieza a molestar la tira horizontal del corpiño, el invierno empieza a presentarse como una estación un tanto perjudicial para el ánimo y la salud.

El relajo y la pasividad a la que invitan estas temperaturas polares, han provocado también el abandono del culto a algunas costumbres estéticas irrenunciables en estaciones más cálidas, como la depilación o la belleza de pies. Así, llegamos a agosto y pueden hacen 5 meses desde la última vez que pisamos por lo de la depiladora. Para las gauchitas que se depilaban en casa, ponerse en el disparate de desnudarse para otra cosa que no sea un baño de agua hirviendo, fue una tarea que muy fácil se fue postergando hasta olvidar prácticamente el hábito. Ante esta situación, de repente nos sorprendemos más calefaccionadas que de costumbre, disfrutando del calor extra que nos da el vello en su esplendor, imitando los efectos de un buen par de medias. No tan grato es el sobresalto cuando en algún espejo nos vemos parecidas a lo que podría ser el eslabón perdido, peluditas, gorditas y con unas uñas garras que nos obligamos a cortar ante la amenaza que ya no nos entren las botas.

Todo el desbande físico, viene acompañado por un estado de “coma” social que no hace más que agudizar lo gris de los días, llevándonos hacia un espiral infinito, que nos lleva a seguir guardándonos más, a seguir comiendo más y a  deprimirnos, en una lenta agonía.  El entusiasmo de los primeros fríos convocaba a juntarse y degustar en grupo ricos platos. Una vez que ya pasó la novedad, llega el fin de semana y después de las 8 de la noche nadie quiere sacar la nariz  ni para sacar la basura, por lo que las noches se hacen más largas y más frías, sobre todo si estás sola. Aunque tengas ganas de salir, hay noches en las que por dignidad te prohibís ir al boliche, porque no hay otra razón por la que alguien  ose salir a bailar con ese frío sino es porque esta desesperado por garchar, y la verdad no querés ser la que ostente el cartel, aunque pensándolo mejor capaz no te molesta tanto porque ganás de cucharear no faltan, o si, pero sólo porque te acordaste que no estás depilada y no querés ser confundida con Chewbacca. Por lo que entrás, como el resto del mundo a un proceso de hibernación pero casi obligado, el cual aprendés a disfrutar al último, cuando te ves unas películas espectaculares que de otra manera jamás hubieras visto, te enganchás con 3 o 4 series que te hicieron perder el aliento, y encontrás la felicidad en pijama de plush y pantuflas, tomando sopitas de sobre, leyendo hasta altas horas en la madrugada y durmiendo siestas eternas tapada con cinco colchas.   

Llegada del verano
Cuando empezás a encontrarle el gusto a este invierno que ahora te abraza de mimos, aparecen los primeros soles que iluminan los días, alegrando el humor de todos, menos el tuyo, porque ya te habías empezado a acostumbrar a ese amante complejo pero apasionado que es el invierno. Al principio, da un poco de fiaca salir del encierro invernal, donde tan cómodas nos habíamos apoltronado, vistiendo de “uniforme de casa”, compuesto de jogging y pantuflas, sinónimo de relaje y quietud. De a poco los aires cálidos nos obligan a salir un poco y vas abandonando paulatinamente las series, la lectura y las pelis, para volver a verte con amigos, con la sensación de que estuviste varios meses de viaje, alejada de toda vida social, reducida al ecosistema de tu habitación 2x2.

Cuando las temperaturas suben un poco, nos vamos sacando el abrigo y descubrimos que son más de 5 los kilos extras acumulados, por lo que cuando vas a tu placard, los pantalones no te entran, hecho que sospechabas desde un comienzo. Lo grave es cuando lo que también te ajusta son las remeras, los vestidos y hasta las bombachas, que con su elástico acusador te recuerdan todos los alfajores, tostadas y cucharadas soperas de dulce de leche con las que endulzabas las noches esternas en las te pasaste mirando Netflix en vela, jurándote por sexta vez en la noche que este sí era el último capítulo y que después te ibas a dormir.

Al revés de toda la sociedad, que pareciera que espera el primer rayo de sol para andar de repente en bolas y ojotas, tratás de mantener la conducta del abrigo unos días más.
Primero, hacés tiempo para adelgazar un poco y recuperar algo de ropa de tu placard, mientras continúas con el combinado calza negra – camisa blanca y sweater, hasta que el cagarte de hambre comience a acusar algún efecto para entrar finalmente en esos jeans que hoy parecen de otra.

Te encontrás pateando el tener que ir a depilarte porque tenés vergüenza en blanquear tu genética de oso frente a cualquier pobre trabajadora de la depilación, que tendrá que dedicar la mañana a podar la frondosidad de tus vellos.  Aprovechás las últimas frías mañanas para usar las botas comodísimas con las que anduviste todo el invierno, con tal de no bancarte la incomodidad de la tira de la sandalia ni exhibir el blanco de tus dedos, digno de utilería de cuerpo de zombie de película de terror berreta.
Festejás cada día en que amanece frío con alegría de gol, y feliz te volvés a abrigar como esquimal y tomás sin culpa un desayuno de café con leche humeante y tostadas calientes, aunque a mitad de mañana ya andás cargando todo el abrigo demás en la mano, sin saber donde meter la campera, el pañuelo, el sweater y el gorro para nieve, que te pusiste porque combinaba. Tus amigas ya se están juntando los sábados a la tarde a tomar sol, y vos mientras seguís aprovechando esas siestas para hacer tortas mientras mirás series de TV, y prendés el aire acondicionado para no extrañar la sensación de taparse acurrucada. Seguro más tarde que temprano, de a poco irás aceptando la presencia del calorcito, aunque como quien despide a un amante que viaja lejos, añorarás la vuelta del invierno amado con la tenacidad de Penélope esperando a su Ulises.

lunes, 12 de junio de 2017

INVIERNO, esa bendita estación (Entrega I de II)

Aunque después nos parezca absurdo,  la idea de la llegada del invierno es para casi todos siempre una buena noticia. Hartos de lidiar con el calor, la humedad, la musculosa chivada, el pelo erizado y la gota de sudor q nos chorrea entre las piernas esos días de sofoco , nos sorprendemos fantaseando con una escena bajo cero digna de publicidad de Milka, ingiriendo calorías a toneladas, tomándonos un cafecito al lado de un hogar cuya leña crispe, a la vez que miramos como nieva en las montañas a lo lejos.  Cuando el calor parece anticipar el Apocalipsis, todos queremos volver a taparnos por las noches, en vez de quedar adosados a las sábanas, que mientras más pateamos por la noche, más se nos quedan pegoteadas. Volver a usar un abriguito resulta atractivo, y añoramos con lujuria un día nublado, lluvioso y helado, para encerrarse en casa y hacer una maratón de series amotinados en un sillón, con un paseo al baño como único destino permitido para esos días de cucha y fiaca.

Apenas los primeros fríos lo justifican, nos entusiasmamos en preparar nuestro placard para el invierno. Pero cada vez que hacemos ese ejercicio, sobre todo en esta estación, pareciera que nos faltan mil básicos para contar con un vestidor decente. Es que la ropa de invierno tiene dos muy reconocidas malas costumbres: se pierde con más frecuencia que la ropa de verano y se pone vieja de a décadas, pero de un año a otro, y lo que compramos recientemente, se muestra antiguo y percudido.

Los sweaters llevan la delantera en esto de mostrar la hilacha, porque de una temporada a otra pierden el brillo, el pelo de la lana forma miles de pelotas como si anidara y se reprodujera como bacterias, y se apelmazan, formando tejidos mutantes, con una manga más corta y ancha que la otra, o con un lado bastante más estirado al opuesto. Las botas negras divinas que te compraste en lo último de la liquidación, con punta redonda, las vez pasadas de moda si las comparás con las de punta cuadrada que se usan ahora y que vez en todas las vidrieras. El tapadito tipo militar por el que hiciste ir a tu suegro un domingo tres de la tarde después del asado al Shopping, para que lo pagara con su tarjeta porque el banco le hacía un 35% de descuento, lo ves opaco y con muchas pelusas, sobretodo al lado de las camperas de nylon brillante que ya todas tienen en la calle de repente, y ni que decir del jean oscuro monísimo que te compraste el invierno pasado, para este invierno, en el cual olvidaste calcular los 3 kilos de más que tenés y que no dejan que el pantalón te suba. Entre estos y otros inconvenientes, arrancás el invierno con la sensación de estar desnuda y fuera de onda, pensando o que morirás de frío, o de vergüenza, si te ves obligada a salir con algunas de las prendas de museo que cuelgan de tu closet. Las que tienen algún resto en su sueldo, salen corriendo al shopping a ponerse al día, a gastar cifras que después no blanquean a nadie, convencidas con un sentimiento casi patriótico, de que lo que gastan, lo invierten, en ropa que les durará unos años, y hasta el invierno siguiente, creen fervientemente esa mentira.

Aunque la moda invernal es mucho más cara, por sus materiales más pesados y abrigados, hay que reconocer que la ropa de invierno es también más estética, otra de las razones porque a muchos les parece una estación más atractiva. El invierno no sólo permite más combinaciones en el vestir , al usar uno más prendas, sino que también los géneros aptos para la estación se multiplican, abriendo el juego a las lanas, corderoy, cuero, pieles y otras telas y materiales más vistosos . Asimismo, la moda polar es mucho más democrática: mientras que en el verano son pocos los que muestran la piel orgullosos,  en el invierno todo puede esconderse y/o disimularse, eligiendo lo que se quiere destacar. El color negro se presenta como el gran aliado de cualquiera que le sobre por algún lado o le falte por otro. No hay nada que un lindo tapado no pueda camuflar, ni kilo de más que un buen poncho no disfrace, ni pechuga de menos que no distraiga una colorida pashmina. .

El calefactor y la comida como centro del mundo

El calor que da el calefactor y los alimentos ricos en gusto y calorías pasan en esta estación a ser el eje de nuestra existencia. Durante el invierno, sobre todo las mujeres, y las más friolentas en especial, establecen una relación amorosa obsesivo-compulsiva con el calefactor. El calefactor pasa a ser el centro de sus vidas, como el sol lo es a la tierra. No se mueven de su lado, lo tocan, le ponen las manos encima, le apoyan el culo, como para que el artefacto no mire ni caliente a otra, como si de su calor sacaran la energía para poder seguir viviendo. Donde sea que el calefactor se encuentre, ese se convierte en el lugar favorito de la casa, y allí estudiarán, hablarán por teléfono, charlarán, cogerán o lo que sea, siempre en su presencia. Al dejar el hogar, lo extrañan más que al novio o al perro, y mientras van llegando a su casa, fantasean el momento divino en que finalmente el día los encuentre, para franelearse nuevamente.

La relación es simbiótica e ideal hasta que suele ocurrir algún previsible accidente, como quemarse el bolsillo del mejor tapado que tenés con la parrilla,  o cuando te recalentás la cola a fuego lento y te ardés la raya. La crisis llega al súmmum cuando llega la boleta de gas con cinco cifras y te arrepentís de esa relación en la que se te fue no sólo tu tapado favorito, sino también el sueldo, y mirás al artefacto ya no con la mirada estrellada de los enamorados, sino con la desaprobación con la que se mira a un traidor. Esto dura hasta que vuelve alguno de esos fríos polares, y como quien perdona sin ni siquiera hablarlo una fidelidad, vuelve la enamorada a sus brazos calentitos.


Cuando no estamos apelmazadas al calefactor,  lo mejor del invierno es el culto a la comida. Desde el locro del primero de Mayo, a los asaditos invernales, la repostería, una paella, una baña cauda, una fondue, una casera pasta… nada sabe tan rico como en invierno. Mientras más frío hace, más crecen nuestras ganas de comer, y mientras más comemos más felices nos ponemos.  Los desayunos se ponen más calentitos y calóricos, las colaciones a media mañana retoman el protagonismo con ricos criollos y más largos mates,  los almuerzos se amplifican en sabores y nutrición, el té restringe la frescura de las frutas y potencia el lugar de los carbohidratos, las cenas dejan de lado el espíritu más frugal de los veranos,  e incorporan condimentadas carnes y sopas y salsas con más cuerpo, y por las noches, somos muchos los que caemos con la tentación de irnos a dormir con la tibieza de un buen chocolate en nuestras bocas.  En invierno es cuando mejor pueden exhibirse los grandes cocineros, con más ingredientes a su disposición y comensales más dispuestos que nunca. Cuando faltan comedidos, los deliverys son la solución más bienvenida, para comer lo que te plazca sin la necesidad de ni siquiera tener que moverte de tu casa.

(Continúa en la próxima entrega "Invierno, esa bendita estación" Entrega II)

lunes, 15 de febrero de 2016

Verano, ¡no!, ¡no!, ¡no! (Entrega II de II)

El verano tirano y el invierno infierno

Podemos dividir a las mujeres en tres grupos: las que se florecen con el invierno, las que brillan mejor en verano, y en el medio, aquellas en las que ninguna estación especial les hace el favor de sentarles mejor,  donde se encuentran la mayoría de las mortales, que sobreviven como pueden a los embates de ambos flancos.

Las primeras, generalmente de orgullosas pieles, o muy inmaculadamente blancas o muy morochas naturalmente, muestran en el frío clima sus impolutos rostros a cara lavada con el orgullo de quien sabe posee una valiosa obra de arte. Potencian su belleza con llamativos gorros y elegantes abrigos, bufandas y pañuelos. No siempre dotadas de cuerpos esculturales, utilizan las bajas temperaturas como aliadas a su belleza, luciendo soberbias y sofisticadas debajo de trapos fantásticos, que bien saben perdonar cualquier desperfecto en la percha.  El frío, en vez de acovacharlas, las motiva y les otorga una vitalidad envidiable, que las anima a hacer mil cosas, asistir a todos los eventos, prenderse a todos los programas y participar en mil proyectos, sin importar si son o no nocturnos o al aire libre.  Aman tanto el fresquete que si el invierno de su lugar les queda chico, se trasladan a donde haya nieve, donde se sienten la perfección de la creación, por su habilidad natural para el esquí, por lo lindas que se ponen a temperatura polar, y por lo cómodas que se sienten esos meses . Por el contrario, con los calores se guardan un poco, hasta que el ecosistema les vuelva a ser amable.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Verano, ¡no!, ¡no!, ¡no! (Entrega I de II)


La llegada de la temporada primavera – verano tiende a sorprendernos en el transcurso de nuestro año con la intensidad de una mala  noticia inesperada, como si no miráramos el calendario o no viéramos lo sueltos de ropa que ya andan los maniquíes en las vidrieras.

De repente un día como todos los anteriores, salís a enfrentar la calle, y a mitad de mañana tenés que parar la marcha, sofocada, para sacarte la campera, el sweater y el pañuelo para quedarte en la remera gastada y con pelotitas que elegiste inconcientemente ponerte en la mañana. Mirás a tu alrededor y te das cuenta que todos andan de mejor humor, a tono con el calor reinante, y te cruzás tres conocidas que parecen haber sido sacadas de un videoclip de playa de los Red Hot Chilli Peppers,  mientras vos no parás de chivar bulucas , mientras cuelgan desprolijamente de tu cartera las prendas descartadas. ¿ En qué momento la sociedad se complotó para prepararse para el calor, tomó sol y se lookeó con los colores y texturas obligatorios de la temporada? De casualidad ves tu reflejo en un espejo y  horrorizada confirmás lo mal que has llegado a ese día, que a pesar de los 38 grados C, todavía te encuentra en medias de lana y botas de cuero, con pelos al por mayor que venís dejando crecer para amortizar la depilación, con los 5 kg de más que en vano te propusiste bajar en invierno para que te entre la ropa de verano, cuando eran 3 los kilos que tenías de mas.

Ya despabilada y en movimiento, al menos intelectualmente, para empezar a prepararte el cuerpo para la teoría más placentera de las estaciones, recordá que en dos días tenés un casamiento, y que si ya se lanzó la temporada de bronceado  a tu alrededor, no podés mostrar tu color de piel de pollo hervido, ante una ciudad que ya abandonó el a veces permitido estilo Blancanieves. Aduciendo un falso dolor de ovarios en el trabajo, con tal de recuperar con el bronceado un poco la dignidad, bajás valientemente a la planta baja del edificio un jueves dos de la tarde, pensando que serás la única mortal en darse el lujoso castigo de tomar sol, porque hace años dejaste de verlo como un momento de relax, sino como un sacrificio para verse mejor. Cuando llegás, te desayunas con el mundo paralelo que se ha creado alrededor de la pileta del complejo: al son de los temas musicales del momento, los cuales escuchás por primera vez, en la entrada de la reja que separa el jardín de la piscina, improvisan una barra de tragos tropicales que crees no tienen nada que envidiarle a los que preparaban en ese hotel all inclusive al que fuiste con tu familia en el verano del 98, cuando por supuesto tampoco podías tomar, antes por menor de edad, ahora porque nadie te invita, ajena a la buena onda y camaradería que muestran los cuatros flacos de abdominales brillantes que preparan las bebidas,  que lamentás no haberte cruzando antes, y  las seis yeguas vecinas a las que casi no podés identificar por el lomo y la cara de puta con que se muestran en bikini.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Horóscopos, brujerías, supersticiones y otras creencias (Entrega II de II)



Los mitos de belleza

La biblioteca para la belleza de nuestras abuelas y a veces madres tiene mucho de superstición también. En cuestiones capilares, por ejemplo, alguna vez habremos escuchado que todas las noches debemos cepillar nuestra cabellera, cien veces afirman algunas señoras, para fortalecer el pelo y sacarle brillo.  También  muchas sostienen que solo hay que cortarse cuando hay luna llena para que el cabello crezca más fuerte. Si te sale una cana, no quedaría otra que joderse, porque sacártela es sinónimo de que te salgan siete más.

Para adelgazar, las buenas lenguas dicen que cuando hacés dieta, no podés pensar en comida, porque aunque te cagues de hambre engordás igual y otras opinan que los productos light engordan el doble. Enojarte, te arrugaría más que cualquier otro sentimiento y correr, comer, tomar anticonceptivos, estar, existir y vivir, te sacaría celulitis. Con respecto a este gran problema, las señoras entradas en años argumentan que toda mujer tiene celulitis, y vos bien sabés que no es así, que las pendex de doce vienen con lomo de calendario de gomería sin ningún esfuerzo, por lo que puteas por haber nacido en la última generación con este mal de la piel de durazno, a la cual tu generación y las anteriores siguen combatiendo ilusamente, con doce litros de agua por día, carísimas cremas, complicadísimos tratamientos y asfixiantes ejercicios, sin obtener el más mínimo resultado, pero con una fe profética y una voluntad invencible, porque es preferible seguir creyendo en el mito de que la celulitis es curable, que morirse de depresión ante la certeza, de que cada día que pasa, los pozos de tu cola estarán peor .

Supersticiones para la buena suerte, buenos augurios y algo de brujería

Las supersticiones, están hoy tan presentes en nuestra cultura como siempre. La palabra “superstitio”,  de origen latino, figura en el diccionario como una creencia “extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”. Y tenemos en este sentido creencias para todos los usos y situaciones. Para atraer la suerte, allá vamos todas comprando bombachas rosas para estrenar en año nuevo, y dependiendo del año, regalás miles de chabombas a tu madre, hermanas, cuñadas y amigas, y no te comprás para vos, convencida que el cosmos, en su poder de ordenar y equilibrar todas las cosas, va a devolverte de algún lado alguna de las tantas tangas que por gusto repartiste entre la humanidad, pero otra vez, esta ley natural falló. Y así te encontrás el 31 de diciembre a las 21 hs sin calzón para estrenar, lo que te da un terror de pánico el comenzar el año sin tu lencería talismán, y por miedo a causar un daño irreparable en la energía del año que se avecina, por llevar la ropa interior equivocada, preferís salir en cheicon, para al menos minimizar las consecuencias de la ausencia de la braga rosa. Transcurrís el festejo y unos días después con una sensación inusitada de desprotección, hasta que te cercioras que más o menos el año sigue su ritmo natural de buenas y malas, como la vida misma, y te olvidás del asunto, hasta que llega diciembre siguiente y apenas ves alguna bombacha del color indicado en alguna vidriera, te comprás merecidamente tu ejemplar, para evitar el descuido del año anterior. Pero justo ese diciembre es cuando te regalan un tsunami de calzones rosas, transformando tu cajón de bombachas en el cajón de bombachas de la Barbie, porque todo lo que se asoma es rosa, color que detestás y que solo usas por cábala una vez al año.   

martes, 27 de octubre de 2015

Horóscopos, brujerías, supersticiones y otras creencias (Entrega I de II)

El horóscopo nuestro de cada día

Sin ánimo de querer ofender convicciones ni arruinar dignos oficios, tengo que decir que no creo ni entiendo como la todavía la gente siga considerando el horóscopo como una verdad irrefutable. Quizás lo mismo diga alguien ateo de las religiones en general, pero no puedo entender la noción de que el haber nacido en un tiempo específico sea un considerado un posible factor de influencia en la personalidad y destino de una persona, más aún que otras variables como el contexto social, emocional, geográfico, material, cuestiones menos condicionantes a veces para alguna lecturas, que la hora y el día de tu natalicio.

Según los signos del zodiaco, dependiendo de la fecha de tu nacimiento te corresponde uno de los doce signos, los que conllevan distintos tipos de características comunes, virtudes y defectos, y un destino en algún sentido compartido. O sea que se presentan doce tipo de personalidades enlatadas pero muy generales, en las que te hacen encajar. Cuando las diferencias y el encastre se hace insostenible, se busca la justificación subiendo la complejidad del análisis, argumentando que los matices y errores radican en el espíritu ascendente o descendente de un signo con otro, cosa que complica más el mejunje astral.

Todos los signos tienen algo de marketing: porque las de Escorpio como yo son siempre unas hijas de puta pero para levantarnos el ánimo nos dicen que somos muy seductoras y las más fieles con las amistades de la vidriera; los hombres de Sagitario son conocidos por ser unos toros sexuales pero se los acusa de infantiles y exagerados; las de Cáncer son familieras y excelentes paridoras, pero irritables y rencorosas. Y así podríamos citar miles de ejemplos, pero no existe un signo negativo en sí mismo, lo que es una vil mentira, porque que que hay gente de mierda , la hay, más allá de que se esconda bajo un signo con piel de cordero.

Como bien lo deja entrever Valeria Bertucelli en la peli “Un novio para mi mujer”, desde una cita del personaje de la Tana Ferro, el horóscopo es una teoría ficticia surgida de la mensa coincidencia de haber nacido en la misma época: “Me encuentro con la mina del 2º B ayer y me pregunta de qué signo soy. ¿De qué signo soy? Pero si no me conocés. No sé qué te importa. "Sagitario", le digo. "Ah, ¿qué día naciste?" ¡Uy, no lo puedo creer! "19 de diciembre." Me dice: "Yo tengo una amiga que nació el 11". Ah, ¿y? ¿Y cuál es la coincidencia? No entiendo, ¿de qué me estás hablando?”.

lunes, 19 de octubre de 2015

Galanes: sobre gustos no hay nada escrito (… o si, como esta clasificación) - (Entrega final - VI de VI)

26. El buena onda

A nuestra altura, por la treintena y en adelante, quedan pocos ejemplares de tipos buena onda, y si uno anda desocupado, no tardará en ser pescado. El buena onda es fundamentalmente amado por vos y todo lo que te rodea, tus amigas, tus viejos, tus hermanos, tu perro, por todo ser vivo que se le cruce, simplemente porque cae bien y hace al otro sentir mejor. Le encanta celebrar, reunir y festejar y se inmola siendo el mejor de los anfitriones, en muchos casos el único, haciendo todo él con la mayor de las felicidades y facilidades: desde las compras hasta el lavado final de platos. Son buenos cocineros y poco discretos tomadores.

Es cariñoso, generoso, positivo y siempre está de buen humor, por lo que todo le suele salir bien. Con una inteligencia emocional superdotada, la pasa bien a donde esté y con quien esté, porque tiene el don de poder capitalizar cualquier encuentro con un otro, al que conquista con su modo directo, simple y simpático, pudiendo divertirse en cualquier situación, aún en el laburo, donde tiende a desempeñarse de maravillas en profesiones que tengan que ver con el trabajo en equipo y la motivación. Su red de amigos es inagotable, y siempre estarán dispuestos a devolverle algún favor, por lo que el trámite o el problema más complejo, gracias a algún conocido que intercederá a su favor, siempre tendrá una solución mágica para el buena onda, será por eso que anda por la vida tan feliz y despreocupado.

No se puede discutir con él ya que no sabe como hacerlo y cualquier planteo que una haga, queda como una loca. Desdramatizan todo al punto de vivir con la convicción que nada, salvo la muerte, es motivo para arruinar la fiesta que es la vida. Su humor y motivación suele extenderse en todos los ámbitos , por lo que es fácil perderlo en asados, jolgorios y viajes, porque siempre tiene ganas de más. Teme a la soledad como el peor de los castigos, por eso se ocupa de estar siempre bien acompañando. 

27. El “calentitos los panchos”

El hombre “calentitos los panchos” suele no tener defectos, hasta que encontrás su talón de Aquiles: está siempre e incondicionalmente listo para coger. Alguna vez escuchaste que existía la adicción al sexo, que eso decían tenía Michael Douglas, y pensaste que todos los hombres padecían el mismo síndrome, hasta que lo conociste a “calentitos los panchos” y te diste cuenta de la diferencia.
De repente todo lo que hacés es sexy: estar abrigada, desabrigada, limpia, sucia, arreglada, así nomás. De cualquier forma y en cualquier momento te quieren entrar. Se sabe todas las posiciones sexuales del Kamasutra de memoria, del derecho y del revés, y su casa parece el búnker de Christian Grey. 
Olvidate de comer tranquila en su presencia una banana, un grisín o un turrón, o de mencionar palabras tan mundanas e inofensivas como leche, jugo o crema, porque todo le recuerda a eso, y el deseo se le vuelve incontrolable.