La
llegada de la temporada primavera – verano tiende a sorprendernos en el
transcurso de nuestro año con la intensidad de una mala noticia inesperada, como si no
miráramos el calendario o no viéramos lo sueltos de ropa que ya andan los
maniquíes en las vidrieras.
De
repente un día como todos los anteriores, salís a enfrentar la calle, y a mitad
de mañana tenés que parar la marcha, sofocada, para sacarte la campera, el
sweater y el pañuelo para quedarte en la remera gastada y con pelotitas que
elegiste inconcientemente ponerte en la mañana. Mirás a tu alrededor y te das
cuenta que todos andan de mejor humor, a tono con el calor reinante, y te
cruzás tres conocidas que parecen haber sido sacadas de un videoclip de playa
de los Red Hot Chilli Peppers,
mientras vos no parás de chivar bulucas , mientras cuelgan
desprolijamente de tu cartera las prendas descartadas. ¿ En qué momento la
sociedad se complotó para prepararse para el calor, tomó sol y se lookeó con
los colores y texturas obligatorios de la temporada? De casualidad ves tu
reflejo en un espejo y horrorizada
confirmás lo mal que has llegado a ese día, que a pesar de los 38 grados C,
todavía te encuentra en medias de lana y botas de cuero, con pelos al por mayor
que venís dejando crecer para amortizar la depilación, con los 5 kg de más que
en vano te propusiste bajar en invierno para que te entre la ropa de verano,
cuando eran 3 los kilos que tenías de mas.
Ya
despabilada y en movimiento, al menos intelectualmente, para empezar a prepararte
el cuerpo para la teoría más placentera de las estaciones, recordá que en dos
días tenés un casamiento, y que si ya se lanzó la temporada de bronceado a tu alrededor, no podés mostrar tu
color de piel de pollo hervido, ante una ciudad que ya abandonó el a veces
permitido estilo Blancanieves. Aduciendo un falso dolor de ovarios en el
trabajo, con tal de recuperar con el bronceado un poco la dignidad, bajás
valientemente a la planta baja del edificio un jueves dos de la tarde, pensando
que serás la única mortal en darse el lujoso castigo de tomar sol, porque hace
años dejaste de verlo como un momento de relax, sino como un sacrificio para
verse mejor. Cuando llegás, te desayunas con el mundo paralelo que se ha creado
alrededor de la pileta del complejo: al son de los temas musicales del momento,
los cuales escuchás por primera vez, en la entrada de la reja que separa el
jardín de la piscina, improvisan una barra de tragos tropicales que crees no
tienen nada que envidiarle a los que preparaban en ese hotel all inclusive al
que fuiste con tu familia en el verano del 98, cuando por supuesto tampoco
podías tomar, antes por menor de edad, ahora porque nadie te invita, ajena a la
buena onda y camaradería que muestran los cuatros flacos de abdominales brillantes
que preparan las bebidas, que
lamentás no haberte cruzando antes, y
las seis yeguas vecinas a las que casi no podés identificar por el lomo
y la cara de puta con que se muestran en bikini.