lunes, 29 de junio de 2015

De doctores y dolores (Entrega I de II)


La vida de la mujer es un camino lleno de desafíos, pero también, un sendero lleno de dolores específicos de su sexo ( forzados o voluntarios ) que hacen todavía más complicado su transcurrir. Aquí enumeramos algunos de los tantos sacrificios a los cuales exponemos nuestros cuerpos las mujeres.
El alto precio de la belleza
Hasta mitad del siglo pasado, y por más de mil años, la belleza de una mujer china se medía por el tamaño de sus pies. El objetivo era lograr unos pies diminutos, de 7 cm, como en el siglo X lo había conseguido la amante preferida del emperador Li Yu vendando sus pies con cintas de seda. Esta extraña moda la siguieron las bailarinas del palacio para remarcar la gracia de sus movimientos y de allí se ramificó a las clases más altas. Para el siglo XVI, los “pies de loto”, como le llaman, estaban extendidos en todos los estratos sociales chinos, pero ya no para realzar los movimientos, sino para restringirlos, como lo dictaba Confucio, que propugnaba para la mujer una vida doméstica, dedicada exclusivamente para la maternidad, el cultivo de la virtud y el trabajo manual. Casi inválida, sólo habilitada para dar unos pequeños pasos, la mujer quedaba limitada exclusivamente a la vida en el hogar.
 Un cara bonita, es un regalo del cielo, un par de pies bonitos es trabajo mío”, expresa un dicho chino sobre este sacrificio que se iniciaba un día especial, previo a una consulta astrológica, cuando la madre de la niña, a sus cinco años, le cortaba las uñas de los pies y se los ponía en fuentones con mezclas de hierbas y sangre animal para prevenir infecciones. Posteriormente, le quebraba los dedos (con excepción del dedo gordo) y los aprisionaba contra el talón para luego cincharlos con seda o algodón. La hija sufrirá un dolor insoportable hasta dos años después de realizada la intervención, cuando se producía la muerte del nervio. Este ritual se repetía cada dos días con vendas limpias y durante diez años, imposibilitándola de caminar en este tiempo. Esta práctica fue abolida por los comunistas allá por 1911, ávidos de mayor mano de obra socialista y dentro de un plan de revalorización del rol de la mujer en la sociedad.
Otro ejemplo parecido, son las mujeres de cuello de jirafa (o padaung) de la etnia tibeto-birmana Karen, ubicadas en algunas zonas de Tailandia. La iniciación en esta práctica también comienza a los cinco años, en una noche de luna llena, donde la “afortunada” recibe un prolongado masaje con una poción secreta para relajar el cuello. Luego lo ejercitan por más de una hora, para luego agregarle un collar con la forma de rígidos anillos y de diez centímetros de ancho para ir presionando la clavícula hacia abajo. El ritual se repite cada dos años, agregando un anillar cada vez más ancho. Cuando el cuello de la mujer alcanza su altura máxima, no podrá volver a moverlo jamás.
Aunque estas prácticas puedan resultarnos impresionantes y barbáricas, pero lejanas, quiero recordarles que como mujeres de esta sociedad occidental, a todas nos gusta vernos bien: odiamos estar gordas, queremos estar a la moda, siempre jóvenes, prolijas, limpias y perfumadas. Esa carrera inevitable contra el tiempo, los kilos, la gravedad y la industria de la moda, es una guerra de mucho sacrificio, donde asumimos una considerable carga de dolor voluntariamente, siguiendo parámetros de belleza de alta exigencia, que muchas veces atentan hasta con nuestra salud física y, tal vez, también mental.
A ver… ¿ quién no se ha cagado de hambre una semana antes de un casamiento para estar y mostrarse flaca frente a esa muchedumbre que en realidad ni te importa, y mientras andabas famélica te sentías encarnando en la vida de algunas de estas modelos espantapájaros, que encima tienen el tupé de decirle al mundo que comen de todo y son flacas porque sí, cuando vos y todas sabemos que para parecer un esqueleto como ellas, hay que cerrar la boca, sino te llenas de relleno, como te pasa a vos?. Sé que cada una tendrá muchos más estos tristes ejemplos de compartir.
Ni que decir del dolor insoportable de una cirugía de lolas, de cola, de pera, de nariz, párpado, panza, etc. Con los liftings, lipos, relleno, botox, electrodos y otras técnicas prometedoras, la industria de la estética ofrece soluciones para la belleza que poco distan de las crueles modas que antes citábamos, sin embargo, quien está decidido por una cirugía o tratamiento para verse mejor, poco más importa.
La peluquería, ese lugar tan especial
Un lugar específico de tortura es la peluquería. Es verdad que en la mayoría de los casos a uno no le preocupa todo lo que sucede durante y adentro de ella, porque por lo general una sale divina y eso es lo único que vale, pero sí debemos reconocer a lo que de vez en cuando nos exponemos, sobre todo mujeres mayores, con una frecuencia casi semanal.
La primera gran prueba es la llegada a la peluquería: nunca sabés cuanto tendrás que esperar, por lo que cada vez que una se dirige a mejorar su cabellera, hay que estar anímicamente preparada para lo peor. Esperar no es tanto el problema en sí, sino estar esperando a merced de las revistas de segunda que habitan las peluquerías, y lo que es todavía peor, al altísimo costo de compartir esas horas con algunas de las otras clientas. Entrás y nunca sabés con quien te vas a encontrar, lo que puede resultar en una muy poco grata sorpresa. De repente, por querer cortarte el pelo justo ese día, te encontrás con esa compañera del colegio que hacía muecas con la cara todo el tiempo y que no ves hace 15 años, y tenés que fumarte que te cuente el color de la caca de la hija, toda la historia de su ascenso laboral (de la cual encima intuís que gana el doble que vos) y las mañas de su marido en la cama. También puede ocurrir que coincidas en tiempo y espacio con tu ex suegra, cuyo hijo te odia justificadamente, y tengas que ensayar la cara de nada frente a sus reproches primero y llantos de emoción después. Ningún peinado por más fantástico vale semejante sacrificio.
No obstante, creo que no debemos subestimar el valor protector de las revistas de entretenimientos contra personas con las cuales no querés entablar relación, como la mencionada ex compañera de escuela o la vecina que te va a volver a mencionar lo de que tu enredadera le tira hojas a su patio. Directamente desplegás la publicación, tapás con la revista todo rastro facial para que no sospechen de tu presencia y las espías desde arriba de las hojas cuando estén distraídas si queremos chusmear.  Además, su poder de distracción llega a ser tan poderoso, que atender por unos minutos la información tan poco relevante que nos ofrecen, hasta hacen olvidarnos por un rato los dolores en la cabeza que nos provoca sin intención nuestro amable peluquero.
Por otro lado, vale precisar que ni los titulares ni las fotos más entretenidas pueden abstraernos  a veces de algunas molestias tan severas como la de “la gorra para los reflejos”, proceso en el cual luego de vestir la cabeza con una gorra de plástico, el peluquero procede a separar con una aguja de tejer al crochet, pelo por pelo los mechones que serán decolorados. Juró que hay días que esta artesanía que se realiza en mi cabeza se siente de una crueldad primitiva. Ni te digo si lo que sigue después es el brushing, cuando ya tenés el cuero cabelludo sensible e irritado.
Otra tortura es el alisado permanente, en el cual durante 4 horas, mientras se te acalambran las fosas nasales por inahalar formol o algún otro químico similar, te tironean infinitas veces cada mechón con una planchita. El pelo te queda lacio como pelo de chino por unos meses, es verdad, pero no te avisaron que en realidad se te desintegro la mitad de la cabellera y que ahora andás respirando material radioactivo alojado en tus pulmones.
Soy una convencida que tanta revista superficial y chimentera que pulula en las peluquerías puede desacomodarnos las ideas y, en vez de hacernos el peinado que queríamos, marearnos de tal forma para que dejemos el recinto con un cambio de look total, más el infaltable baño de crema que siempre ofrecen por las dudas. Y de aquí nace otra clase de sufrimiento que nace en estos salones de belleza, que no tiene que ver con la violencia física pero si con la violencia emocional: esa necesidad repentina que se nos da por cambiar y que muchas veces trae acarreadas catástrofes estéticas, que tienen por supuesto su vertiente emocional.
Debo admitir que soy una fashion victim y que mi pelo, menos un rapado, ha sufrido todos los cambios y tendencias dictados por la moda capilar. Así mi rostro se ha rodeado de negros azabaches, rojos furiosos, violáceos invernales y rubios Mirella. He tenido el eterno pelo largo de novia a lo Juanita Viale, el pelo corto de varón como Celeste Cid en Verano del 98, el flequillo rollinga a lo Amelie, los mechones de extensiones interminables a lo Keira Nightley en Piratas del Caribe , el alisado perfecto de Natalia Oreiro, los rebajados caóticos a lo Lu Lopilato, el barrido como Pampita, la melena corta y decolorada a lo Calú Rivero, entre otros estilos, pero como es de suponer,  no todas estas experimentaciones me favorecieron precisamente. En ese sentido, muchas veces salí de la peluquería sin ánimo alguno de enfrentar el público, porque al verme al espejo ya sabía que parecía un pequinés, como la vez que decidí llevar el color de pelo al cobrizo y cortarme el flequillo ultra corto, o una señora frígida y coqueta  a lo Anna Wintour, cuando me corté el pelo carré y lo teñí de prolijo rubio con reflejos, sumándome mínimo diez años de edad.

Innovar tiene un poder renovador y refrescante sobre nuestra estética, pero hay que tener en cuenta un porcentaje de riesgo de que lo que nos hagamos nos quede horrible, por lo que siempre es recomendable pensar y consultar con alguna amiga honesta o un amigo gay sobre el cambio que una tenga ganas de hacerse. Porque cuando salís de la peluquería sin tu característico metro y medio de pelo largo, luciendo el pelo corto y platinado, y encima no estamos conformes, no sólo te arrepentís del tiempo perdido y del medio aguinaldo gastado en ese rato, sino, y sobre todo, de haberte arruinado ese pelo largo y morocho que justo empezás a valorar cuando acaban de cortartelo a lo masculino. La tortura se prolonga por meses, hasta años, hasta que volvemos a adquirir el look original, que aunque nos aburría, al menos nos hacía parecer peinadas y decentes. Las más arriesgadas dirán también que todo gran cambio es una lotería: mientras más nos la juguemos, más chances de triunfar tenemos, mayor posibilidad de un mejor el resultado, pero como en todos los casinos, la gran mayoría de las veces se pierde, y no sólo plata o tiempo, sino también, y lo que es mucho peor, por hacernos las modernos muchas veces perdemos la dignidad.

lunes, 22 de junio de 2015

Comunicados… o el antiguo arte de expresarnos (Entrega III de III)


El “choto” chat
No quiero dejar de mencionar el “chat”, esa posibilidad que llegó primero en forma de ICQ, después de chat comunitario en el portal de turno, en Messenger, en chat de Facebook y finalmente en chat de Blackberry y luego en formato de Whatsapp, y que hoy es una de las principales fuentes de cortejo elegidas por el hombre.
Con el chat terminamos por corromper la pureza del lenguaje y todo lo romántico alrededor del arte de la conquista. ¿Se te ocurre hoy año 2015 un chico llamándote para invitarte a salir? Olvidate, todo se resuelve en el chat:
-Q haces hoy?
- Nada
-¿Salimos?
-Ok. Hora?
- 23 hs.
-Ok
Y en esto se resume lo que a doncellas y caballeros les llevaba meses en idear, meses en conseguir el permiso y otros meses más coordinar el encuentro, al que los protagonistas llegaban desfallecidos de ansiedad luego de tanta espera.


Quien no tiene celular hoy en día, esta exento de dispositivo de contacto más inmediato y de mayor posibilidad de lenguajes posible: por chat hoy mandás una foto, un video, un mensaje de voz, un texto… Sin embargo, en vez de usar estas herramientas a nuestro favor seguimos maltratando el lenguaje y sus posibilidades comunicativas. En Blackberry Messenger existía el “Ping”, una vibración que mandas a otro usuario para llamar su atención. ¿¡Qué es el “Ping”?! ¿Un empujón? ¿Una cachetada? ¿Una apoyada? Hay gente que me mandaba el “Ping” vacío y tenés que andarle preguntando que quiere. El ping termina de ejemplificar este camino en el que nos hemos olvidado del lenguaje, reduciéndolo a intercambios fríos y primitivos, perdiendo la riqueza y la belleza a la cual somos capaces de llegar gracias al lenguaje.

Más actual al chat de Whastapp están los ”emoticones”, un conjunto de signos/ dibujos incluidos en todo chat decente, que reemplazan (o intentan reemplazar) sentimientos, objetos o acciones y en cuyo poder comunicativo no creo. Así en vez de decirte, estoy enojado, te llega una carita amarilla con cara de constipación. En lugar de ponerte que no hay problema, que está todo bien, te envían un pulgar arriba que vos no sabes si se refiere a que están de acuerdo con lo que decís o si quieren que te metas el dedo en el orto. Por chat debe haber mínimo más de 500 emoticones, pero fijensé que la gente usa siempre los mismos.

Todo lo que pasa, pasa en Facebook

Otra aplicación que nos cambió la vida fue Facebook. Todo el mundo tiene más cuidadito el perfil de Facebook que la conciencia, no vaya a ser que alguien los visite y tengan alguna cuestión fuera de lugar. Soy una convencida que podés conocer a una persona según su foto de perfil: los gatos son gatos en todos lados, pero más aún en Facebook, y lo mismo pasa con los ñoños, los freakies y pervertidos. En Facebook, no podés esconder mucho lo que sos. Por eso, antes de salir con alguien, viene muy bien una visita a su perfil de Facebook, ver sus fotos, los mensajes dejados en su muro y sus propias intervenciones para tener una primera y muy certera aproximación del individuo en cuestión.

Como en cualquier tecnología, hay límites sociales en la frecuencia de uso. Que una mujer pase más de tres horas diarias en Facebook, no es algo tan preocupante, aunque con seguridad, estaríamos en presencia o de una chica sin muchos proyectos personales o de una verdadera chusma. Si el que pasa tres horas conectado a la red social es un hombre, eso es un tanto más grave, ya que el muchacho pasa a ser como mínimo un sospechoso de ser un chamuyero virtual empedernido que se esconde tímidamente detrás de la pantalla. El Facebook da lugar a estos obsesivos del levante, para que pongan “Me gusta” a cada movimiento virtual que haces en la red, mientras chatean con otra y le dejan mensajes en el muro a una tercera. Por suerte, es muy fácil descartarlos: sólo es necesario chequear su lista de amigos, y si entre los mil contactos, encontrás un hombre de vez en cuando y por casualidad, estás frente a uno de estos temidos ejemplares, que adulan en vano y al por mayor.


La obra en construcción como el templo del piropo

Pero que “no pande el cúnico”, como decía “El Chavo”, todavía existen oasis que preservan lo más honesto y original del lenguaje romántico frente a tanto dispositivo electrónico: las obras de construcción. Es verdad que allí no mandan los códigos y convenciones lingüisticas, ni las reglas sintácticas y ortográficas, lo que manda es el estímulo creado por la belleza a la que asiste el sujeto, belleza que le es inabarcable y que debe ponerla en palabras por tanto éxtasis.

La obra en construcción, gracias a la creatividad e ingenio de sus trabajadores, se han convertido en la reserva espiritual del arte del cortejo. Aunque a veces sus enunciados rocen lo pornográfico y la violencia de género, no hay mujer que no se regocija cuando los muchachos interrumpen la sagrada concentración de la hora del asado sin ningún esmero de disimulo pero con un respeto que es casi admiración para verla a una que pasa distraída por la calle. Y sin vergüenza, como machos, rematan con un “¡adiós mamita!”, con un “¡qué pan dulce Pamela” o con un “¡estás más rica que el dulce de leche!”. De vez en cuando, esta práctica excede las fronteras de la obra, y nos vemos sorprendida por hombres de otras profesiones que piropean con la misma experiencia y soltura, mientras les agradecemos a los albañiles la inspiración.

Somos las mujeres las principales destinatarias de los mismos. Desde épocas antiguas venimos escuchado piropos elegantes, bromistas, obscenos, tiernos y sinvergüenzas, que desde una cortesía y/o galantería informal recibimos felices, salvo por supuesto, cuando hasta el obrero nota tu gordura y te tira una como “que rica estás gordita, te acompaño al Shopping así revelamos todos tus rollos”. En ese caso, no nos daría nada de gracia, y si yo soy esa triste piropeada, no dudo en entrar a la obra a gritos con tal defenderme la dignidad. Pero hay que reconocer que esos casos son los menos, porque la mayoría de las veces los enunciados que se escuchan en la obra en construcción nos alegran el día, aunque el dueño del piropo se le vea la raya y le falten algunos dientes. Porque en el mundo de las obras de construcción hay piropos para todas, y nunca se acaban si los obreros tienen un buen acceso a la calle para seguir pispeando. Y lo mejor, es que el piropero no pide nada a cambio, ni atención, ni unas monedas, ni fidelidad, si no que reparte su arte como un acto de amor desinteresado que nos complace en lo más íntimo. Además, en Córdoba contamos con el plus de la astucia y creatividad, por lo que nuestros piropos no sólo nos hacen sentir complacidas, sino también nos hacen reír con un ¡Epa!… si esa es la cola…
como estará la película!. Muchas veces me pregunto porque las agencias de publicidad no van a buscar sus creativos allí.

Hipersensibilizados con todo el verdadero drama de la violencia de género en nuestro país, para los más radicales, los piropos fueron también a caer en la volteada de lo que significa violencia, acusándolos de que en su concepción, sólo perciben la mujer como un objeto sexual, a mi criterio, muy injustamente. Personalmente, defiendo convencida la pureza e inocencia de esta técnica que ha venido forjándose de generación y generación, que se mantiene intacta en las obras de construcción, y que de vez en cuando se escapa de su ámbito y nos sorprende cara a cara en un ascensor. ¡Qué lindo que alguien te mire y te pondere las nalgas que en el espejo ves pálidas y flácidas como una pasa de uva ! ¡Qué regocijante saber que tu cintura cada día más cuadrada es una “fiesta de curvas” para estos hombres que la admiran desde la lejanía! Y si, de vez en cuando es muy regocijante saber que hay hombres por ahí que te ven como un bombón, como muchas veces lo anuncian, aunque vos te veas con esos kilitos de más o cultivando el culo con metros de celulitis año a año. Sin desmerecer el saber de la psicología ni las maravillas que logra una buena peluquería, cuando andes con la autoestima baja, calzate un short y visita caminando una obra en construcción: sino recibís al menos un mimo al amor propio, seguro te robarán una sonrisa que te alegrará el día.


lunes, 15 de junio de 2015

Comunicados… o el antiguo arte de expresarnos (Entrega II de III)

La llegada del teléfono personal
Aunque recuerdo a mi padre con un celular en mi infancia, la telefonía personal masiva llegó un tiempo después. La sensación por ese entonces es que habíamos llegado al futuro. Incrédulos y envidiosos estudiábamos de los felices portadores el “chiche del momento”. Hasta se supo de muchos casos de personas que salían a la calle con teléfonos de juguete, casi imitaciones perfectas de los celulares originales, haciéndose los que hablaban distraídos  con tal de ser recordados como los primeros en la tendencia, hasta que en tristes circunstancias eran descubiertos en su inocente travesura.

En primer año de la facultad, todavía compartía celular con mi madre: ¡qué feliz que era cada vez que me lo llevaba! Era un Motorola 8620 que pesaba más que un ladrillo y no entraba en ninguna de las mini carteras que se usaban por ese entonces, por lo que, por lo general, lo terminaba poniendo en el bolsillo trasero del pantalón, haciendo todavía más prominente mi curvatura trasera y lo que impedía que pudiera sentarme en toda la noche. Obviamente, nadie me llamaba ni tampoco yo llamaba a nadie (si eran pocos los que usaban celular). Era para usar “por cualquier cosa”, lo que un llamado era casi sinónimo de mala noticia, y por suerte, no tuve muchas ocasiones para usar ese celular cuando salía.

Cuando corté con mi novio de entonces, y fue reemplazado más rápido de lo conveniente por otro, el celular que tenía a mano fue la salvación para saltearme el teléfono de la cocina, y así evitar la escucha sospechosa de los otros habitantes de mi hogar. De repente, me encontré hablando con él, que ya tenía celular propio, desde el shopping, desde la facultad… ¡era una locura!. El problema vino después, cuando se me acabó el ensueño de creerme la reencarnación en las calles de Córdoba de Carrie Bradshaw de “Sex and the city”, cuando llegó la cuenta de “Movicom”, tal el nombre de la empresa proveedora de los servicios telefónicos de entonces, y me negaron el préstamo por uso y abuso de los minutos disponibles en la línea. Tuve que contentarme con el fijo de casa desde donde llamaba a mi chico al celular, hasta que por uso y abuso también, bloquearon las llamadas a teléfonos celulares. Eso, más la creciente demanda de bienes que sufre una mujer cuando cumple 18 años, me hicieron ponerme a trabajar, primero para alcanzar la independencia telefónica, y luego para financiar parte de la dura tarea de ser mujer hoy.

Cuando tuve mi primer celular, terminé de sentirme adulta. El aparatito hacía tanto por mi vida social y sentimental que hasta me vi obligada a ponerle un nombre: “Fructuoso”, como para darle la entidad que merecía. Y así, por muchos años, Fructuoso me acompañó en mil aventuras.

Un nuevo personaje: los mensajes de textos

Con mi celular inauguré también el envío de mensajes de textos o SMS (Short Text Message), una nueva manera de comunicar pequeños mensajes por escrito que eran leídos en la pantalla del receptor, con los cuales se perfeccionó esta obsesión por lo corto y lo concreto. 160 caracteres era el límite usual en un mensaje de texto. Y así nacieron esas respuestas anoréxicas a las que ya estamos acostumbrados: "Ok”, “buenísimo”,“Si”, "No", "Yendo", etc.

Había todo una teoría alrededor de ellos: como generalmente se los cobraba aparte, esto despertó una corriente de personas que jamás contestaban un mensaje de texto, no sé si por principios, por ratas o por si se les había acabado el crédito, pero vos en versión de generosa donabas tu crédito para el bien común y escribías en un asado en el medio del páramo a una de las chicas que vendrían: “Compra el fernet” y la persona en vez de contestarte que “no los iba a comprar porque no tenía plata porque no había cobrado”, que era lo que te contaba en persona cuando llegaba a la reunión, llegaba con las manos vacías dos horas después del mensaje, transcurso en el cual, si te hubiera contestado y a tiempo, podrías haberle pedido lo mismo a los 28 que llegaron en ese tiempo. Y obvio, quedaban los treinta pico que son tomando coca light con cara de embole toda la noche hasta que algún alma generosa se solidarizaba con todos y salía a buscar lo que faltaba.

El mensaje de texto terminó de desbancar lo romántico del lenguaje. Para que todo lo que necesita decirse entre en esos 160 caracteres, las palabras se abreviaron creando engendros lingüísticos como: “salu2”(saludos), “a1q” (aunque) y “xq” (porque). Además, tienden a sintetizar conceptos al máximo, poniendo los sentimientos mas nobles a un nivel donde de tan simple, todo se vuelve primitivo y escatológico , lo que no veo como positivo en absoluto para el lenguaje del amor. Que diferencia que en un bar te entreguen una servilleta arrugada de la mano y que en una letra solemne leas “Te amo desde lo profundo de mis virtudes y a pesar de mis defectos, para siempre”, a que recibas un SMS que diga: “Te k-go amando”. Sin embargo, a eso y menos nos hemos acostumbrado, perdiendo en el camino la poesía inconciente que brota de las plumas de las almas enamoradas.

“Tienes un e-mail”

Contemporáneo al celular, llegó la casilla de correo electrónico gratuita, y el texto volvió a reclamar su trono. ¿Recuerdan la película de Meg Ryan y Tom Hanks “You´ve got an email”? Corría el año 1998, y en Argentina, esta tecnología que mirábamos en el film nos parecía lejana e inalcanzable. Pero a pesar de los pronósticos, con más rapidez que una plaga, de un año a otro, los argentinos adquirimos un casilla de correo virtual (no sé porque razón casi todos en Hotmail), que nos solucionó la vida: no más pagos de estampillas al correo, no más esperas, sólo vos administrabas tus envíos y recibidos. Así, chicos y grandes pudieron crear su casilla de manera casi instantánea, aunque en un principio no recibieras mensajes por meses, o solamente correo basura, término nuevo que aprendimos después. Todavia tengo amigas que mantienen aún las casillas que creamos antoño, y algunas inconcientes siguen enviando sus CV desde esas direcciones electrónicas infantiles como pitucucharita@... o “enanasaynomore@...”.


El mail puede ser un buen aliado en nuestras historias de amor y relaciones humanas, porque no tiene costo, no tiene límites de extensión y siempre es posible releer todo antes de enviar. Sí hay que tener más cuidado sobre todo en la función “copiar – pegar”, para evitar que sucedas trastornos de la identidad del receptor, como cuando le enviábamos a nuestra tía el mismo mensaje “personalizado” que a tu suegra, sólo que olvidábamos de corregir los nombres. Ni que decir si teníamos dos o más personas a la pesca: imprescindible el chequeo de cada vez que mencionemos su nombre, no vaya a ser enviemos correos con nombres cruzados.

Continúa..... "El choto chat y "La obra en construcción como el templo del piropo"

lunes, 8 de junio de 2015

Comunicados… o el antiguo arte de expresarnos (Entrega I de III)



Aquí comparto una caprichosa cronología de los comienzos de la comunicación romántica hasta la desfachatez del chamuyo actual.


El erotismo de una carta
Más que la comunicación oral o gestual, la comunicación escrita es la que relacionamos directamente con el amor y el arte del cortejo. En el pasado las urgencias del corazón se hacían llegar a través de generosas y asiduas cartas que hacían suspirar aún a las doncellas más inquebrantables. Cada misiva requería de una gran dosis de ingenio, creatividad y paciencia por parte del amante emisor. Las distancias eran literalmente más distantes que hoy, ya que gracias a los avances en el transporte y los medios de comunicación, la distancia es un concepto más abstracto y relativo. La palabra escrita permitía transmitir lo que la lejanía, la falta de oportunidad o la pura timidez impedía. A través de ella uno tejía sus relaciones a distancia, aún cuando la sola “distancia” era tener otro sexo, con su carga significativa y lingüística propia, que se enebraba con la otra identidad a partir de las palabras que unían esas diferencias que parecían insondables.

Con los primeros imperios y estados, la palabra escrita pasó a ser la herramienta clave para lograr y mantener la unidad territorial y política como para permitir el desarrollo y expansión del comercio. El sistema de correos y sus redes correos eran el eje por el cual el centro politico se comunicaba y controlaba a todos los rincones gobernados y extramuros. 

La civilización evolucionó y cada vez fueron más los afortunados conocedores en el arte de la lecto escritura. Antes del siglo XIV, en el Viejo Mundo, ante la necesidad, algunas personas ya podían recurrir al correo pero a un altísimo costo. Y allí de nuevo, en las distancias creadas por la guerra, la conquista, las invasiones, un soldado pagaba la redacción de una carta para su amada, cuya lectura la doncella pagaba en algún lugar remoto. En 1315, cuando ya muchos podían escribir sus propios textos, Felipe el Hermoso otorga un permiso a los estudiantes universitarios para mantener un servicio de correo con sus familiares situados en otras provincias. Imaginensé la alegría de aquellas novias y prometidos al llegar el mensajero con novedades del novio estudioso al hogar. Y pensar no sólo en las cartas que llegaron, sino también, y sobre todo, en ¡las cartas jamás habrán llegado a destino o las que lo hicieron pero fatalmente tarde!

Hasta casi medio siglo atrás, el cartero seguían siendo una de las personas más solicitadas del barrio: la canción “Mr Postman” de The Marvelettes, en la que unas jovencitas paran todos los días al cartero para ver si tienen novedades de su amor,  llegó al puesto número 1 de todos los ranking en 1961.

Aunque hoy es una opción poco popular, la carta era el canal por excelencia por el cual se comunicaban los amados. Tantas historias de amor jamás habrían progresado sin su colaboración, y hasta podemos mencionar historias, como la de Abelardo y Eloísa, en que fueron más las hojas escritas que los días compartidos cara a cara. La carta de amor era la corporeidad del amor hecha texto, y lo más interesante, era portadora de un cúmulo de significaciones extra textuales que se desprendía de cada detalle de la misma: piensen en el poder comunicativo y conmocionante de la carta amante suicida manchada en sangre, las lágrimas en el papel del hombre arrepentido, los aromas frutales con que las jóvenes rociaban el papel para excitar el olfato del novio, el escribir atolondrado de quien debe partir con urgencia, entre otros. Una caligrafía improlija traducía una mente perturbada, la virgenes escribían con una pulcritud sacramental y los intelectuales con detallistas y atléticos jeroglíficos dignos de su alta y compleja intelectualidad. Ni que decir de la fuerza expresiva de la mayúscula, de los tres puntos suspensivos, los signos de puntuación y exclamación que le daban el ritmo al galope del corazón. La caligrafía y la ortografía pasaron a ser habilidades tan necesarias como la de manejar los códigos del baile o las reglas de etiqueta, y muchos “buenos partidos” fueron rechazados por honorables doncellas o porque recibieron mensajes initencionadamente hoscos y mundanos por el pobre manejo de las herramientas lingüísticas por parte del muchacho o porque no deseaban pasar el resto de la vida con hombres cortos de formación, que no reconocían las para ellas apasionantes reglas sintácticas u ortográficas.

Dejemos bien en claro la importancia que cobraba el saber enfrentar un papel en blanco con altura y distinción: para ser un digno caballero, no bastaba sólo tener rectas intenciones, ser hombre de una sola palabra y tener el andar seguro de quien ya se ha hecho hombre por la fuerza y la intención, sino también tener un fluído manejo de las variedades del lenguaje escrito y oral que ofrecía el diccionario local para describir precisa y profundamente las bondades y/o sentimientos varios que despertaba la mujer amada, sin mencionar la habilidad básica de saber callar lo que por timing o ubicación era mejor omitir. Que la honestidad brutal es honestidad fatal, era una de las primeras claves que debía aprender un caballero.

Con el tiempo, comenzando este camino de sintetizarlo todo, las cartas se hicieron más pequeñas, y tomaron la dinámica de las postales (una fotografía impresa sobre un cartón, alusiva al lugar del mundo donde se habitaba, que en su reverso se escribía en diez líneas lo que se quería comunicar) o de los telegramas, donde en un puñado de caracteres te hacían llegar sin anestesia mensajes urgente, sobre todo negativos,  como la muerte de un familiar lejano, la citación a un juicio o un despido.

lunes, 1 de junio de 2015

Bolsos, bolzasos, bolsitas y otros bultos (II - Segunda Parte)

La parte oscura de viajar: el equipaje

Con esta notable obsesión de retener/guardar que se presenta en muchas de nosotras, hacer la valija es una de las tareas más complejas que podemos encomendarnos. Muchas veces pareciera que “hacer la valija” es casi un sinónimo de mudar el placard entero al destino que visitaremos, lo que trae varios inconvenientes en su traslado, costos extras; para las que viajan con con su pareja, hay algo todavía peor: la insistente voz del compañero de viaje diciendo “no usaste nada de lo que trajiste”. El precioso hobby de viajar puede convertirse en una pesadilla sino administramos responsable y efectivamente la selección de bienes que viajarán con uno a donde quiera que nos vayamos. Son tres las actitudes que podemos tener al respecto:


a- La valija como un barril sin fondo
Las mujeres tendemos a apegarnos a las personas y a las cosas, con mucha más frecuencia que los hombres. Por eso, es normal, que a la hora de hacer las maletas nos cueste elegir entre  algunos entre nuestros bienes para que nos acompañen de travesía. Reflexionemos cuales son las variables en las que pensamos antes de ponernos a organizar un bolso de viaje. En líneas generales pensamos en ropa cómoda, adecuada al clima, ropa informal, formal, para hacer deporte, ropa interior, elementos cosméticos y farmaceúticos, calzado y entretenimiento (lecturas, juegos, etc). Pero esas categorías aparentemente acotadas, se bifurcan y multiplican de una manera asombrosa a la hora de ponerse a empacar para una travesía. La pregunta movilizadora es ¿qué pasa sí…?, y al terminar de enunciar todos los “que pasa sí” terminamos con la valija llena, el placard vacío y la cabeza cansada.

Por ejemplo: te vas de vacaciones a una playa siete días. Lo primero que ponés es la bikini. Aunque no hay una moda para mallas, simplemente están las que te favorecen y las que no, lo más convienente una vez que encontrás una que te haga el favor, tarea difícil si las hay, lo óptimo sería usar la misma bikini justiciera hasta el hartazgo, y si tus atributos sufren una mejora drástica, lo mejor es comprar el mismo modelo varias veces para sostener el milagro. Sin embargo, nunca llevamos sólo una malla, e insistimos con tener al mínimo tres, para cuando una se esté secando usar la otra, otra para no cansarse de usar la misma, y otra en el improbable caso de perder una barrenando una ola, o que se te vuele en un principio de un huracán, aunque bien vos sabés que sólo una de las tres es la mejor te queda, y en definitiva siempre es la que terminás usando siempre. Les sumas pareos y pañuelos, y aunque funcionalmente uno sería suficiente, cargas tres, uno que combine con cada traje de baño, y sumás tres más que no hacen juego con ninguno, pero son los que más te gustan y está bueno tenerlos allá por las dudas y usarlos en el cuello si se pone medio fresquete.  A la hora de las remeras, imprescindible la remera básica blanca de algodón, versión musculosa, manga corta y manga larga. Idem en negro. Sumas camisas, camisolas  y remeras de otros colores y estampados varios. Una buena musculosa sexy para salir de noche. Otra tranqui y relajada para la playa. La que te regaló tu madre en Navidad y tus amigas en tu cumpleaños, que querés estrenar para variar un poco y no salir en las fotos siempre con la misma ropa. La que tenía puesta cuando conociste a tu novio en aquel verano del 2004 porque te trae buenos recuerdos. Y no puede faltar tu musculosa preferida de espalda al aire y tachas, que hace tres años no usás, pero que estás segura que bronceada te van a dar ganas de mostrar un poco las carnes. En quince minutos, tenés veintiun remeras apiladas al lado de la cama. Le sumás dos o tres vestidos para la playa y uno más arregladito. “¿Qué pasa si justo, por el amigo de tu amiga, las invitan a la fiesta de ricos y famosos de la temporada?”, pensás. Sumás tu mejor vestido de noche, no vaya a ser que efectivamente consigas las entradas y tengas que quedarte porque no tenés que ponerte. Habías dicho que no  llevarías nada de accesorios, pero te embalaste con eso de la fiesta top, y agregás tu más llamativo collar, un colgante más naive para diario,  cinco pares de aros (total casi no ocupan lugar), todos tus anillos (que metés a la manchancha entre los bultos y después te cuesta un perú encontrarlos), pulseras de colores varios para armar conjunto, vinchas y prensas para el pelo.