El
verano tirano y el invierno infierno
Podemos
dividir a las mujeres en tres grupos: las que se florecen con el invierno, las
que brillan mejor en verano, y en el medio, aquellas en las que ninguna
estación especial les hace el favor de sentarles mejor, donde se encuentran la mayoría de las
mortales, que sobreviven como pueden a los embates de ambos flancos.
Las
primeras, generalmente de orgullosas pieles, o muy inmaculadamente blancas o
muy morochas naturalmente, muestran en el frío clima sus impolutos rostros a
cara lavada con el orgullo de quien sabe posee una valiosa obra de arte.
Potencian su belleza con llamativos gorros y elegantes abrigos, bufandas y
pañuelos. No siempre dotadas de cuerpos esculturales, utilizan las bajas
temperaturas como aliadas a su belleza, luciendo soberbias y sofisticadas
debajo de trapos fantásticos, que bien saben perdonar cualquier desperfecto en
la percha. El frío, en vez de
acovacharlas, las motiva y les otorga una vitalidad envidiable, que las anima a
hacer mil cosas, asistir a todos los eventos, prenderse a todos los programas y
participar en mil proyectos, sin importar si son o no nocturnos o al aire
libre. Aman tanto el fresquete que
si el invierno de su lugar les queda chico, se trasladan a donde haya nieve,
donde se sienten la perfección de la creación, por su habilidad natural para el
esquí, por lo lindas que se ponen a temperatura polar, y por lo cómodas que se
sienten esos meses . Por el contrario, con los calores se guardan un poco, hasta
que el ecosistema les vuelva a ser amable.